Verano porteño, hace unos 2,5 millones de años. La vegetación de Buenos Aires tiene parecidos con la del Chaco, con árboles frondosos formando islas en un mar de gramíneas. Obligados por el calor abrasador del mediodía, un grupo de megaterios busca respiro bajo la sombra de un frondoso algarrobo. Sin ganas uno de ellos arranca con su lengua un bocado de hojas, esquivando con habilidad las lacerantes espinas del árbol. Sobre las corazas de los gliptodontes saltan varios tordos renegridos que desparasitan a los enormes acorazados. Con ojos entreabiertos, los gliptodontes sacuden las orejas cuando uno de los insistentes pájaros intenta una y otra vez capturar con su pico las garrapatas estratégicamente alojadas en los pliegues de sus orejas peludas. El calor agobiante desalienta a esas criaturas moverse. Las únicas que sobrevuelan con frenética actividad son las aves: garzas y cigüeñas en las amplias lagunas donde toxodontes y macrauquenias refrescan sus cuerpos junto a una gigantesca tortuga cuyo caparazón reluce mojado a las orillas de la laguna. Las concentraciones y variedades de organismos que habitan los cuerpos de agua de la pampa es maravillosa: tapires, coipos, ratones, patos de distintas especies, cisnes de cuello negro, flamencos, anfibios y peces, que encuentran alimento y protección entre los juncos y totoras que prosperan a orillas del lago.
Atraviesa el campo un zorro que interrumpe su caminata al pasar al lado de un enorme pozo de casi 2 metros de diámetro, cuyo fondo no se ve. Allí puede encontrar frescura en el tropical verano bonaerense. Olfatear y observa con atención la cueva antes de meterse en su interior, pero un temblor que avanza desde la oscuridad lo espanta y decide alejarse unos pasos atrás. Del profundo agujero ve emerger una mole subterránea, un Scelidotherium, dando profundos resoplidos se asoma por fin de la profunda galería que él mismo ha cavado.
Novas, Fernando (2006), Buenos Aires , un millón de años atrás, Siglo XXI Editores, pp 93-94
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