El Atlas furtivo

Dos estudiantes, los dos fanáticos coleccionistas y criadores de mariposas, procuraron huevos de orugas americanas e indias y los metieron en la heladera con objeto de determinar su desarrollo hasta que pudieran disponer de las plantas hospedadoras, las cuales proveerán el alimento a la oruga para su crecimiento y desarrollo.

Mientras pasaba el invierno construyeron grandes insectarios, cajas cúbicas con 50 centímetros de aristas cada una, rodeadas de tela metálica. En cuanto los cerezos reverdecieron, nuestros estudiantes sacaron los huevos de la heladera, los depositaron cuidadosamente en cajas de cartón y los pusieron al calor sobre el soleado alféizar de la ventana.


Huevo de Attacus atlas

Nada más nacer las orugas, las trasladaron a los insectarios sobre tallos de plantas forrajeras que habían mantenido en botellas con agua. Las pequeñas orugas, impasibles, devoran las hojas, mudan la piel, crecen, vuelve a mudar la piel y se hacen cada vez más grandes y robustas.

*El video debería llamarse el ciclo de ciclo de la mariposa, no evolución

Cada día les ponen ramas frescas, a las “americanas” de cerezo, y a las “asiáticas”, de lilas y aligustres. Y un día, de repente, ya no se oye el crujiente ruido de los voraces animales. Las orugas comienzan a ayunar, signo que indica a los criadores la inminencia de la metamorfósis en crisálida. De una glándula situada encima de las pinzas sale un hilo delicado como la seda y brillante como la plata. La oruga mueve sin cesar la cabeza siguiendo el trazado de un ocho en posición horizontal. Así se va encerrando en este hilado (capullo). Dentro de él tendrá lugar la transformación -invisible para el observador- en mariposa.


Durante meses nada parece moverse en los capullos. Una noche, a finales de primavera del año siguiente, la espera llega a su término. Durante horas se puede percibir un débil crujido en dos de los capullos. Uno de los estudiantes espera pacientemente delante de sus insectarios conteniendo una gran tensión, pues es la primera vez que su amigo y él logran criar, desde el huevo hasta la crisálida, una de las mariposas más grandes del mundo, el Atlas. Y ahora, naturalmente, quiere fotografiar el nacimiento del gigante - miden casi treinta centímetros de punta a punta con las alas extendidas. Poco antes de medianoche salen los capullos, casi al mismo tiempo, dos cuerpos torpes y groseros. Por sus anchas antenas emplumadas se puede saber que ambos son machos. 


Todavía pasa algún tiempo hasta que sus oscuros cuerpos salen por completo de los capullos y extienden en todo su esplendor las alas, antes húmedas y pegadas. Hace ya rato que el estudiante ha quitado la tela metálica. Fase a fase fotografía la salida del capullo. Pero antes ocurre algo imprevisto. En el momento en que introduce la cámara el nuevo rollo (este relato es de 1994, no existían aún las cámaras digitales), uno de los dos machos levanta el vuelo con pesado batir de alas y, tras algunas vueltas en la pequeña habitación, desaparece por la ventana abierta hacia la oscuridad de la noche.

Ese mismo día, el otro estudiante, que vive a medio kilómetro de distancia, se había acostado hacia las once de la noche y había apagado la luz. Al efectuar el control nocturno de las crisálidas no había notado nada extraño. Hacia las dos de la madrugada le despierta un curioso ruido. Enciende la lámpara de la mesilla y ve una enorme mariposa batiendo las alas sobre uno de sus insectarios. Sin hacer ruido se levanta, cierra la ventana y contempla la mariposa. Es un Atlas macho. Su primera idea es que una de sus mariposas ya ha salido del capullo. Peor, tras examinar las cajas una por una, se da cuenta de que no hay en ninguna de ellas capullos vacíos. Sólo al llegar a la caja sobre la que el macho sigue revoloteando ve un Atlas hembra recién salido. Levanta la tela metálica y en seguida el macho vuela hacia la hembra e inicia el apareamiento.

Mariposa Atlas, vista completa de sus alas


Al día siguiente, cuando los dos estudiantes se encuentran, se saludan alegremente. “¡Un Atlas ha venido volando a mi habitación!” “¡Y a mí se me ha escapado un Atlas!”. Para ambos no hay ninguna duda: el Atlas macho ha encontrado el camino hacia la recién nacida hembra.

Pero, ¿Cómo puede una mariposa asiática en mitad de la oscuridad de la noche volar a través de bloques de casas, calles y esquinas y recorrer un trayecto de unos quinientos metros para encontrarse con una hembra recién salida de su capillo?

Weismann (1994), Los rituales amorosos. comunicación de los animales, Un aspecto fundamental en la Salvat, Barcelona, pp 16-18



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